Imagina que entras a una tienda en Filadelfia. Desde la puerta, notas luces apagadas, cajas desordenadas y un olor raro en el ambiente. El dueño todavía no ha dicho ni una palabra, pero tu cerebro ya te está gritando: “Aquí no compro”. Lo mismo pasa con tu negocio. Tu local habla, aunque tú no digas